Calvo
Santos Rejas Rodríguez
Soy calvo. Desde ayer. No he perdido el cabello, no. Sigo
siendo un hombre de pelo cano, sonrisa abierta… Pero calvo de convicción. Y lo
tengo testificado. Una fe notarial lo avala. Ante notario manifesté ayer que soy
calvo; que desde mi más tierna infancia una pulsión interna me hace sentir
calvo. Toda mi vida he anhelado ser
calvo y esperaba que se hiciera realidad con el paso del tiempo, pero los años pasan, mi cabello permanece abundante y espeso y quiero
finalizar mi recorrido terrenal calvorota.
Esperaba que cayera el cabello por sí solo o a causa de
la gravedad y mi deseo se hiciese realidad, pero no se ha cumplido. El afeite
de cabeza, la depilación, me haría sentir un calvo falso, un defraudador, y
acentuaría mi malestar e insatisfacción. Así que me he declarado «Calvo de
convicción» y el señor notario ha dado fe de que lo he manifestado en su
presencia.
Espero
que desde este instante, en la que hago pública mi actual condición, se acepte
mi imagen y que mi pérdida de cabello, virtual, sea tratada con el respeto que
se merece y se entienda que no es producto de un capricho transitorio sino consecuencia
de un deseo interno, insidioso, e incapaz de controlar.
Así mismo quiero, o mejor exijo, que en las reseñas
físicas que existan (en la hacienda pública, cuerpos de seguridad o
penitenciario) o en las que se hagan en el futuro sobre mi imagen, quede reflejada mi condición
de calvo y se elimine cualquier referencia a mi cabello y su textura o
colorido, de otro modo se estaría conculcando mi derecho a la propia imagen, distorsionando
mi realidad existencial y me podría provocar perjuicios de incalculables consecuencias
tanto en mi estabilidad emocional como en el coste de la terapia que fuera
necesaria.
¡Átame esta mosca por el rabo! Musitaría mi padre en su
desconcierto.