miércoles, 10 de abril de 2024

Calvo

 Calvo

Santos Rejas Rodríguez

Soy calvo. Desde ayer. No he perdido el cabello, no. Sigo siendo un hombre de pelo cano, sonrisa abierta… Pero calvo de convicción. Y lo tengo testificado. Una fe notarial lo avala. Ante notario manifesté ayer que soy calvo; que desde mi más tierna infancia una pulsión interna me hace sentir calvo.  Toda mi vida he anhelado ser calvo y esperaba que se hiciera realidad con el paso del tiempo, pero los años pasan,  mi cabello permanece abundante y espeso y quiero finalizar mi recorrido terrenal calvorota.

Esperaba que cayera el cabello por sí solo o a causa de la gravedad y mi deseo se hiciese realidad, pero no se ha cumplido. El afeite de cabeza, la depilación, me haría sentir un calvo falso, un defraudador, y acentuaría mi malestar e insatisfacción. Así que me he declarado «Calvo de convicción» y el señor notario ha dado fe de que lo he manifestado en su presencia.

        Espero que desde este instante, en la que hago pública mi actual condición, se acepte mi imagen y que mi pérdida de cabello, virtual, sea tratada con el respeto que se merece y se entienda que no es producto de un capricho transitorio sino consecuencia de un deseo interno, insidioso, e incapaz de controlar.

Así mismo quiero, o mejor exijo, que en las reseñas físicas que existan (en la hacienda pública, cuerpos de seguridad o penitenciario) o en las que se hagan en el futuro  sobre mi imagen, quede reflejada mi condición de calvo y se elimine cualquier referencia a mi cabello y su textura o colorido, de otro modo se estaría conculcando mi derecho a la propia imagen, distorsionando mi realidad existencial y me podría provocar perjuicios de incalculables consecuencias tanto en mi estabilidad emocional como en el coste de la terapia que fuera necesaria.

¡Átame esta mosca por el rabo! Musitaría mi padre en su desconcierto.

Pues eso…

lunes, 1 de enero de 2024

Como niños

 

Como niños

Santos Rejas Rodríguez

    Un libro, cuando te nace, es tan caprichoso como un niño. Y este regreso, el de Eti, en su tercera andadura, no ha sido una excepción. Nació el día 25 de diciembre, navidad, y se ha posado entre mis manos cuando ha querido: el día en que comienza el año nuevo, el 2024… capricho de niño recién nacido, aunque en libro. Pues eso.

Feliz año tengamos.

 Un abrazo.

Fuerte.

sábado, 30 de diciembre de 2023

Otros desiertos

 

Otros desiertos

 Santos Rejas Rodríguez

             Noticia:  «un hombre estuvo cuatro años muerto sentado frente al televisor».

     En estas latitudes tendemos a alejar los muertos de nuestro lado. Alguna reacciones irán por la vertiente del humor negro: trivialización del suceso y construcción del muro que impida penetre la noticia hasta la médula y produzca el indeseado estremecimiento. Pero si no nos da tiempo a levantar la barrera, si la noticia atraviesa la capa del alma y se introduce hasta alguno de esos rincones desconocidos para nosotros mismos, el escalofrío se produce. Intenso.

¿Quién no se conmueve al leer que: «estuvo sentado durante cuatro años en su sillón frente al televisor sin que nadie se enterara de su muerte?». Repito: «sin que nadie se enterara…».

A un hombre, en una ciudad de miles de habitante, nadie, ni una sola persona, le ha echado de menos en cuatro años... posiblemente porque también estuvieron contemplando la televisión.

           


Al escritor le suele surgir al final de su relato una frase, una palabra, que deje poso. De Saramago la tomo en préstamo: «desierto no es aquello que vulgarmente se piensa, desierto es toda ausencia de hombres, aunque no debemos olvidar que no es raro encontrar desiertos y secarrales de muerte en medio de multitudes».

Pues eso.

viernes, 10 de noviembre de 2023

De la obediencia y tal

 

De la obediencia y tal

Santos Rejas Rodríguez

Una de mis aficiones fue la de visitar librerías, de nuevo o viejo, pero con librero dentro, costumbre en vías de extinción al igual que las referidas. Por desgracia.

No recuerdo haber salido de la visita sin un libro en la mano y, en todas las ocasiones, es decir: siempre, tuve la sensación de que el libro me había elegido.

Ahora hay textos, mensajes, citas, reseñas… que emergen de entre el batiburrillo que nos cae encima, en ocasiones en forma de granizo devastador, tan duro como piedra, y me produce idéntica sensación de lo dicho para los libros: me eligen.

Hoy,  releyendo un libro olvidado, he hallado entre sus páginas una reseña pretérita, de vete a saber cuándo:

            «Todos los mártires de la fe religiosa, de la libertad y de la ciencia han tenido que desobedecer a quienes deseaban amordazarlos, para obedecer a su propia conciencia, a las leyes de la humanidad y la razón. Si un hombre solo puede obedecer y no desobedecer, es un esclavo». (Erich Fromm, El hombre ha perdido la capacidad de desobedecer).

La razón de haber sido elegido, en momentos concreto de la vida, por un libro o un texto como el que acabo de reseñar, y por qué me lo ha puesto en primer plano, y aquí, y ahora, sería tan complejo de explicar como hacerlo sobre el amor a primera vista: ¿Un guiño? ¿Un advertencia? ¿Un aviso a navegante? ¿Casualidad?... Se siente. Se intuye. Se paladea. Se disfruta o amarga. Hace soñar o impide el soñar, pero no se explica. Como el amor a primera vista, tan enigmático él.

En estos tiempos de analistas y opinadores, que han crecido como las setas tras la lluvia de otoño, ahí se lo dejo para que disfruten dando sus sesudas opiniones, consejos y directrices de obligado cumplimiento.

Pues eso.

domingo, 5 de noviembre de 2023

Sentires ocultos

 

Sentires ocultos

Santos Rejas Rodríguez

En aquellos tiempos era usual que los mayores tuvieran tarjeta de visita. En ella se consignaba nombre, apellidos, domicilio y oficio o profesión. Por casualidad, determinismo o vaya usted a saber, un día encontré la de mi padre y, lo más sorprendente, descubrí un secreto bien guardado: lo que se ocultaba tras la Z.

He dicho que encontré la tarjeta. En realidad había estado a la vista siempre encima del escritorio, dentro de su cajita, pero de niño no despertó mi curiosidad y más tarde, como buen adolescente, ejem, ejem, pasaba de tarjetas de visita, de la vida en general y de la madre que la parió. Bastante tenía con mis comeduras de tarro. Estar rayado, se dice hoy.

En la tarjeta ponía: Z. Vicente Rejas Portillo. En una primera lectura tomé la Z por una D, pero mi padre era hombre llano, por lo que volví a releerla. Con ella en mano me presenté ante mi progenitor: ¿Qué quiere decir Z.? Mi madre, como picada de avispa, me hizo gestos disuasorios, pero ya estaba dicho lo dicho. Para no ser cansino: Zacarías. Mi padre, de primer nombre se llamaba Zacarías. Y yo sin saberlo.

Un día, el de su muerte, entre otras cosas escribí: «con él tengo muchas conversaciones pospuestas, perdidas ya. Nos faltaron, en especial a mí, palabras que transmitieran los afectos que nos sentíamos. Intensos, muy intensos, adivinados pero embargados por la timidez de la expresión, por el miedo escénico, incomprensible pero insuperable a decir: ¡te quiero! ¡te necesito! o, siendo un niño y aún después: ¡Siento miedo cuando no estás!».



Olvido muchos cumpleaños. Cuando no es el día es el mes, o el año… Hoy, mi padre, hubiera cumplido años. Desde que descubrí que nació el 5 de noviembre, día de san Zacarías, nunca olvidé felicitarlo. Ni antes, ni ahora.

Murió hace relativamente poco, pero su ausencia se me hace muy larga…

Pues eso, padre, que felicidades un año más estés donde estés. Y que sepas que te quiero.

domingo, 10 de septiembre de 2023

PUNTOS SUSPENSIVOS

 

Puntos suspensivos

Santos Rejas Rodríguez

Hace pocos días una entrañable amiga, con mi última novela entre sus manos, me preguntó: ¿sigues con tus puntos suspensivos?

No, no voy a hablar de mi libro... aunque tampoco pensaba escribir sobre entrañable, pero es tan bonito el término que me resisto a pasarlo por alto. Entrañable: que inspira gran afecto, que viene de lo más hondo y querido, desde el corazón, la entraña más oculta y protegida para bien… y para mal.

Esta amiga me corrigió en su día mis cuentos, de los que tampoco voy a hablar, y me resaltó el uso, y el abuso, que hacía de los tres puntos en hilera. Y sí, esta reseña va de ellos.



Lo dicho por mi amiga me hizo reflexionar sobre el uso literario que hacía de dichos puntos y si también eran habituales en mi vida cotidiana. Si los empleaba para expresar mis temores, dudas, algo inesperado o extraño… inseguridades. Los «No sé si…», «Debería preguntarle…», «Espero que…»,  «¿Vendrá o no vendrá…?», «¿Se lo digo…?», «¿Quiere que vaya o quiere que me vaya…». O sea: «ser…o no ser…esa es la cuestión».

Y sí, fui consciente que los plasmaba literariamente y estaban presentes, en gran medida, en mi modo de caminar la vida.

Entre la llamada de atención de mi amiga, entre aquellos cuentos y estas soledades, han transcurrido varios años, mucho escribir y muchas vivencias. Y he vuelto a reflexionar sobre su pregunta de ahora: ¿ sigues con tus puntos suspensivos?

Concluyo que sí, que sigo utilizando, en lo literario y en mi caminar del día a día, puntos suspensivos, pero… cada vez utilizo más el punto y aparte y, sobre todo, el punto final… y no precisamente en lo literario.

Es más sano... creo.

martes, 22 de agosto de 2023

La cosa de la calor

 La cosa de la calor

Santos Rejas Rodríguez


Cuando el calor (o la calor, como se decía antaño por mi tierra) aprieta como está apretando, el ser humano, incluido yo, puede caer en desvaríos que con anterioridad al cambio climático no se producían.

Mi caída la ha propiciado un libro: El chirrión de los políticos, de Azorín. Es cierto que tras la lectura de la «Annotacion» que precede a su comienzo no he podido resistirme a trasladar a esta cuartilla y media,—no va a llegar a página—, algunos entresacados de este y dejar para otro momento de inlucidez calurosa el texto del libro. Cito:

«Lo de “chirrión” puede ser tanto el carro con las ruedas rechinantes como el látigo del Mayoral. La fantasía de Azorín es una descripción, entre cómica y lírica, del ambiente de los políticos»…mi incipiente salivación se detuvo al leer que se refería a los políticos de la Restauración, ¡me cachis!

«La sátira de Azorín es útil y sirve para entender el papel que tuvieron los intelectuales de la generación del 98 en la debelación del régimen parlamentario…».

Tuve que detener la lectura para informarme que debelación significa: vencer al contrario por la acción de las armas o de los argumentos.

            «Un lenguaje de los políticos sumamente retorcido, anticuado e hipócrita tenía que chocar contra el nuevo estilo límpido y vanguardista de los intelectuales del 98 y sucesores».

La diferencia con la situación actual es que carecemos de una clase intelectual que critique con gracia a los políticos. Es más, lo que llamamos lenguaje polítiqués contagia también a los intelectuales.

Perdón, perdón. Olvidé entrecomillar el párrafo anterior. El comentario se refería a lo que pasaba en aquellos entonces. Cuando se publicó el libro. Ahora no ocurre.

¡Qué disparate!

En estos tiempos que corren hay una clase intelectual, e incluso varias, para dar y tomar. Petan los medios de comunicación, llenan las tertulias, critican con gracia a los políticos…¡Y sin contagio que valga!

¡Faltaría más!

Pues eso.

            La calor.